lunes, 1 de febrero de 2010

Al-Hambra de Tomás Marco, final deseado

Clausura del Ciclo

Crítica de música/ Miguel Angel Barba


La Filarmónica

Lugar: Teatro Cánovas, Viernes 29 de enero de 2010.
Intérpretes: Orquesta Filarmónica con los Hermanos del Valle.


El 9º concierto supuso la clausura de este Ciclo 2010 en el Teatro Cánovas. Para la ocasión, la Orquesta Filarmónica de Málaga bajo la batuta de Nacho de Paz, un director joven pero avezado en estas lides y con un gran bagaje en las vanguardias.

Para este cierre la Filarmónica de Málaga nos preparó un variado repertorio ilustrativo de diferentes concepciones de lo contemporáneo. Como comentaré posteriormente, sería mejor haber dejado para el final la obra de Tomás Marco, autor a quien se dedicaba este año el ciclo; aún así, es cierto que asistimos a un interesante recorrido que nos transportó desde una curiosa partitura de Igor Stravinsky, basada en Madrigales de Carlo Gesualdo, compositor y músico renacentista, hasta otra curiosa obra del alemán Wolfgang Rihm, cercana al minimalismo y la simplicidad, desarrollada toda ella sobre una sola nota, fa sostenido, y sustentada en los más graves y estridentes sonidos de los metales y que llevaba hasta al límite a la flauta travesera en una parte en la que daba la sensación de que el interprete de dicho instrumento sostenía la nota hasta lo inverosímil; de hecho más de uno nos preguntábamos si la partitura dejaba algún espacio para respirar. Antes de este final recorrimos la excelsa Palacios de Al-Hambra de Tomás Marco y la odisea cuasi espacial de Iannis Xenaquis.

Del primero de los autores, qué decir que pueda resultar novedoso de Stravinsky. Pues sí, aún siendo la obra menos contemporánea de la noche, la más “romántica” a decir de nuestro amigo colaborador López Gaona, la más clásico a decir de muchos y un poco “fuera de la órbita de este tipo de festivales” a decir de otros, resultó una curiosa intrusión en la obra de Carlo Gesualdo, entre cuyas partituras renacentistas: música sacra, madrigales, canciones... fisgonea, escarba y reinterpreta hasta acercarnos a esta buena muestra de fascinación por un autor y una vida. Stravinsky siempre sorprende, emociona y se agradece.

La siguiente media hora  fue impresionante. Palacios de Al-Hambra de Tomás Marco, de 1999, ha sido -y no es solo mi opinión ya que en el descanso tuvimos ocasión de compartirla con otras personas, algunas habituales y fijas con abono-  de lo mejor que ha sonado en este ciclo. ¡Lo que daría por oírla en la misma construcción nazarí o mejor en sus jardines!

Como antes comentaba - y no era solo una apreciación mía- esta obra debería haber cerrado el ciclo y la noche. Si la mayoría de las personas asistentes sintieron como yo que Tomás Marco, la Orquesta y Nacho de Paz nos llevaron y trajeron durante todo ese tiempo de un espacio a otro, de un tiempo a otro, estarán de acuerdo conmigo en que nos hubiera gustado llevarnos esas sensaciones para casa, sin mediar otras distintas aportadas por las siguientes obras.

Iniciarse con la percepción de atmósferas urbanas, estridencias, arritmias y disonancias, que a través de sus potenciales sensitivos nos amerizaban en pasajes de una delicadeza exquisita. Introducirse en un espacio donde parece que pequeños retazos de partituras, llovidas entre los pentagramas de la obra nos evocaban carrillones, donde las percusiones van marcando y desmarcando el tempo. Premonitoriamente la celesta y los pianos percusionando hasta acercarnos a espacios en los que las flautas y el arpa nos sumergían en atmósferas de cuentos de la Alhambra para volver a resurgir como del fondo de las fuentes del Generalife en una eyaculación sonora. Y, después de la tempestad, vuelve la calma, o eso nos creíamos. Pero nos vemos quizá, en la sala de los Mocárabes o traspuestos por arte de cuerdas y pianos al Peinador de la Reina. Un juego arquitectónico con nuestras sensaciones: a veces cúbico, a veces circular. Piedra y agua.

De nuevo otra huella perversa de atmósfera urbana. ¿He sido yo o me ha sonado a claxon? Otra vez ¿estamos quizá ahora en la calle...? Otro claxon.  Probablemente junto al río Darro. ¿A qué juegan los metales?

Marco juega con nosotros de modo inmisericorde. Como en una montaña rusa nos iza hasta lo más alto, parece que tocamos el Veleta, mira el Mulhacén.... y de pronto nos desploma.

El director Nacho Paz

Tras un varapalo que dura unas décimas de segundo, la tormenta, la lluvia... pero no es Tomás Marco y su multisensorial partitura que, a modo de guiá turística musical nos transportó a la época de Irving y nos hizo viajar constantemente y sin descanso al pasado y al futuro, sin solución de continuidad;  no fue la fantástica interpretación de la Orquesta Filarmónica de Málaga; no es la frescura y fuerza de los hermanos Del Valle a los pianos, su precisión, riesgo y virtuosismo; no fue la audaz y luminosa dirección de Nacho de Paz, expresivo, con una fuerza incontenible pero a su vez con una pianísima sensibilidad cuando se tercia; fue y es la tormenta de aplausos. De haber sido el final, el Cánovas se cae. Era un ciclo dedicado a Tomás Marco y la gente teníamos ganas de aplaudirle.

Aunque pareció que hubo momentos en que el reducido espacio del escenario del Cánovas produjo algún incomodo a determinados instrumentos de la orquesta, lo cual podía entreverse en las posturas y ánimos de algunas partes de la misma: arpa y tuba muy cerca, poco espacio entre los dos pianos y el resto de la orquesta que ocupaba su lugar  tras de ellos, el público no veíamos a un grupo músicos ni a las percusiones,  realmente  la orquesta estuvo soberbia.

Tras este momento álgido, el descanso, los cambios de escenario. Repito que la obra se merecía ser el final y marcharnos con su estela. Después vinieron otros elementos que, si bien no la borrarían, si la ocultarían un poco.

Los hermanos Del Valle

A punto de empezar la segunda parte, los hermanos Del Valle ya cambiados y desprovistos de sus atuendos de andar por el escenario, nos hacen entender su forma de tocar e interpretar: ellos son así, frescos, jóvenes, con desparpajo... Se sientan se levantan, saludan aquí y allá. En realidad tocan como son y son como tocan.

Tras el descanso, un acercamiento a la ciencia: la física aplicada y la matemática; las notas que entran de manera imposible, los cálculos, la ecuaciones. Parecía que la partitura había sido trabajada con una calculadora, los glisados ascendentes y descendentes, los metales monotonales, las fuerzas centrífugas y a continuación enfrentadas, las centrípetas y el público, en medio, temiendo salir despedidos en cualquier requiebro de unas trazas de sonidos cósmicos que evocan una odisea espacial reconocida. De pronto, nos cambia la ubicación y nos traslada a una zona lacustre en la que nos parece oír los sonidos familiares de estas: fochas que son fagots y oboes, metales que son anátidas y como final la tuba remedando al avetoro. Del espacio y el macrocosmos al microespacio de un lago cualquiera.

Y para acabar la noche In-Schrift, un conglomerado de sonidos ultragraves, metales desgarrados y, a veces, sordos que, interpretados a lo largo de 20 minutos en la misma nota parecía pretender sorprendernos constantemente, pero parece que solo funcionó al inicio de la obra, una obra que prescindió de violines y violas para trabajar solo las cuerdas graves. Tras un crescendo de cuatro percusiones muy interesante se produjo una sonoridad tan estridente que, a decir de bastantes, llegó a resultar desagradable al oído y produjo un repullo en algunas personas. 

La prolongación del aplauso final  parecía más dirigido al director y a su energía y personalidad en la dirección y al buen hacer de la orquesta que a esta última obra.




Lo dicho, el mejor final hubiese sido con Tomás Marco.

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